¿Brillar o desistir? Esa es la cuestión. A las mujeres, acostumbradas a estar en el mundo para cuidar, para gustar, para ser vistas, nos cuesta luchar por avanzar sin límites y sin condiciones. Las piedras en el camino son tantas que muchas veces, sencillamente, desistimos de nuestro deseo de llegar al máximo profesionalmente y nos quedamos en ser el máximo en todo lo demás. El síndrome de Superwoman nos invade y nos convierte en una trampa para nosotras mismas.

En los últimos tiempos hemos asistido a un movimiento que ha sacado del olvido a infinidad de mujeres en diferentes áreas de conocimiento, que han existido siempre. Más allá de Marie Curie, hemos podido comprobar que del mismo modo que existieron hombres también hubo mujeres (y muchas) que dejaron su legado de cultura, ciencia y conocimiento a la humanidad. Pero ¿por qué entonces seguimos tan poco seguras de poder brillar?  

El feminismo, y su cuarta ola, ha conseguido sacar a la luz multitud de mujeres que contribuyeron en el pasado a la cultura y el conocimiento de la misma manera que los hombres. Uno de los motivos ha sido enderezar la balanza que, tanto en libros de texto como en el saber popular, se inclina hacia el género masculino. Sin embargo, y más allá de este esfuerzo loable, seguimos asistiendo a la realidad de la mayoría de las mujeres que aún sienten vértigo o miedo a brillar. Como si el hecho de ser las primeras fuera motivo de disculpa o, malentendida, modestia. Para las mujeres "brillar" tiene que ver con enfrentarse sobre todo a sus miedos y a la concepción aprendida de que somos cuidadoras, empáticas y emocionales y, por tanto, esto se pone en valor frente a las metas profesionales y los objetivos o la ambición. Términos como ambición suelen asociarse, culturalmente, a los hombres haciendo ver esto como una virtud en ellos y un defectillo en nosotras. 

Sin embargo, es muy probable que escuchemos a muchas mujeres querer llegar lejos profesionalmente y que esto se traduzca en una autoexigencia desmedida que les lleva a un nivel de estrés permanente y continuo. Ser profesional para una mujer entra en confrontación con el papel que se nos ha otorgado socialmente y que tiene que ver con una malentendida función biológica y cultural. Cuidar, ser madre, pareja, hija, hermana y profesional es un coctel que muchas veces lleva a una continua carrera por ser perfecta en todo. 

Al margen de que sea necesario corregir el entorno social que nos lleva a esta situación, hemos de comenzar a analizar por qué las mujeres tenemos casi siempre miedo a la toma de decisiones cuando éstas suponen adelantarse y dejar de pensar en los demás para pensar solo en nosotras mismas. El autoconcepto que desarrollamos de nosotras mismas generalmente se relaciona más con una orientación a lo personal y emocional que a lo profesional, sin renunciar totalmente a esto último, pues somos conscientes de lo que ha costado llegar hasta aquí.  Y es esa situación la que nos lleva a una autoexigencia que no corresponde siempre con alcanzar el éxito total. 

Este verano presencié cómo una niña de tan solo quince años lloraba amargamente porque no había conseguido la máxima puntuación en su examen de inglés, habiendo sacado la siguiente nota muy por encima de la mayoría de los y las jóvenes de su edad. También recuerdo, hace años en el colegio donde estuve de orientadora, a un par de niñas de cinco años que se pusieron a llorar en cuanto vieron el test de inteligencia que les puse encima de su mesa. Al preguntarlas por qué lloraban expresaron que no iban a saber hacerlo e iban a fallar. 

Una investigación reciente demuestra que las niñas de 6 años manifiestan inseguridades frente a sus compañeros varones, explicitando que estos son más inteligentes y más aptos para el conocimiento científico que ellas (Bian, L. et al., 2017). Este estudio demuestra cómo los estereotipos sociales calan desde muy pronto en las cabezas de las niñas, pero también de los niños. Y, si esto sucede a esta edad, ¿qué no sucederá cuando sean mujeres o jóvenes luchando por encontrar un lugar en el mundo acorde a sus motivaciones? 

En honor a la verdad, hemos de decir también que existen cada vez más mujeres que se sitúan al nivel de los hombres en diferentes áreas, como en el mundo deportivo por ejemplo. Sin embargo, también tenemos que asistir a situaciones como la de Serena Williams, la tenista estadounidense número uno que se situó en el 491 del ranking después de ser madre. El hecho de abandonar el número uno o los primeros puestos, puede ser un problema más serio de lo que parece si hay por medio becas o patrocinios. Tal fue el caso de Blanca Manchón, windsurfista que, pocos días antes del nacimiento de su hijo, los patrocinadores que la habían acompañado hasta el momento decidieron no renovar el contrato. El caso de esta mujer es excepcional y extremadamente evocador, puesto que ella continuó sin apoyos hasta volver a brillar. Sin embargo, esta no es la situación habitual y, para llegar a ello, hace falta tener mucha motivación y autoexigencia. En muchos de los contratos de mujeres deportistas de élite hay cláusulas de embarazo. 

La cuestión de la maternidad es clave en la concepción que las mujeres tenemos de nosotras mismas en el trabajo, sea cual sea este. Y la reflexión que aquí lanzo es, ¿solo somos madres las mujeres? ¿acaso no son padres ellos? ¿por qué ha de haber cláusulas para las mujeres y no para los hombres? Mejor aún, ¿por qué hay cláusulas? El hecho de concebir y criar a un bebé debería ser un acto cooperativo y, quizás por qué no, colectivo. Pero esto, en el modelo actual, no es así. 

La carrera de una mujer siempre está interferida por cuestiones sociales y culturales que la hacen tener que demostrar más esfuerzo, más tesón, más fortaleza. Y en ocasiones esto es tanto que deriva en abandonar o desistir. Además, en muchos casos, este desistir tampoco está identificado adecuadamente, puesto que somos las propias mujeres las que justificamos nuestra decisión manifestando que es la mejor opción haber sido madre, hija, pareja, mujer... Todo esto año tras año, siglo tras siglo, nos ha llevado a las mujeres a generar un autoconcepto de nosotras mismas como de segundo nivel en el ámbito profesional, a tener el síndrome de Superwoman o, sencillamente, a tener miedo a brillar. 

¿Cómo aprender a brillar?  

Erradicar siglos de tradición y socialización es prácticamente imposible, pero hay algo que debemos hacer y que tiene que ver con nosotras mismas.

  • Desarrollar un buen autoconcepto, aprender de los errores y ver estos como posibilidades de crecimiento. 
  • Cambiar el lenguaje y comenzar las frases con un "quiero ser, quiero hacer, siento..." en lugar de un "tengo que ser, tengo que hacer, tengo que sentir". 
  • Comunicarnos de manera asertiva, expresando en todo momento quién soy, qué quiero, qué siento, qué pienso, qué necesito para ser yo, y para ser feliz. 
  • Mirarnos y cuidarnos a nosotras mismas incluso antes que mirar y cuidar a los demás. 
  • Poner nuestra felicidad en función de lo que queremos ser y nos gusta, y no en función de las alabanzas del exterior. 
  • Buscar referentes femeninos, que los hay y muchos. 

En definitiva, desarrollar una adecuada autoestima que pase por querernos a nosotras mismas por encima de todo y de todos, y decidir solo en función de nuestra voz interior. 

--